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Textos filosóficos fundamentales III: La náusea



TEXTOS Filosóficos FUNDAMENTALES II: La náusea
*Versión abreviada del artículo La Náusea, de Jean Paul Sartre, de Stateus (http://miguelgarcialopez.wordpress.com/)


Hannah Arendt, autora del libro que escogí para abrir este ciclo de reseñas, contaba que sufrió dos grandes shocks que cambiaron su manera de ver el mundo: el shock de la realidad (la ascensión al poder del partido nazi en Alemania y el holocausto judío) y el shock filosófico (la lectura de la obra de Heidegger).

Yo también tuve mi shock filosófico particular a partir de la lectura de una cita de La Náusea que aparecía en mi libro de texto de Filosofía en el bachillerato: “Todo es gratuito. Este jardín, esa ciudad, yo mismo.”

La Náusea es una novela en forma de diario, protagonizada por un individuo cualquiera, Antoine Roquentin.

Roquentin ha viajado mucho; Ha visitado Meknes, Londres, Tokio, Hanoi, Roma, Barcelona... “No he tenido aventuras.” - dirá - “Me sucedieron historias, acontecimientos, incidentes, todo lo que se quiera. Pero no aventuras. No es cuestión de palabras; comienzo a comprender. (…) Acabo de saber de pronto, sin razón aparente, que me he mentido durante diez años. Las aventuras están en los libros.”

Roquentin se instala en un sencillo hotel de Bouville para concluir su tesis sobre el marqués de Robellon. Sus días transcurren consultando archivos en la biblioteca (donde coincide con el curioso personaje del Autodidacto, que se dedica a intentar leer todos los libros de la biblioteca en orden alfabético), paseando, o visitando el mismo café de siempre. Un conjunto de pobres vivencias que le producen un profundo sentimiento de vacío, de inutilidad, de náusea emocional a incluso física.

El reencuentro con su ex novia Anny le proporciona esperanzas de salir de su estado. También piensa que podría justificar su existencia creando una obra de arte, más concretamente un libro, una novela: “La gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida como (…) algo precioso y semilegendario. Un libro. (…) quizá pudiera, a través de él recordar mi vida sin repugnancia.”

Una lectura fundamental para comprender al hombre desnaturalizado del s.XX (falto de una naturaleza propia) y el surgimiento de la filosofía existencialista como modelo explicativo. Mucho más rigurosamente filosófico que otras novelas similares, como El azul del cielo de Bataille o El extranjero de Camus.

Es recomendable leerla tomando distancia y desdramatizando ciertos aspectos si no se quiere acabar afirmando, como hacía Camus, que el principal problema que debe tratar la filosofía es la consideración del suicidio.


                       La Náusea , de Jean Paul Sartre

Textos filosóficos fundamentales II



Descifrando a Arendt ~ parte II: El auge de lo social
*Versión abreviada del artículo Descifrando a Arendt, de Stateus (http://miguelgarcialopez.wordpress.com/)

Si ha sido posible el fenómeno del totalitarismo, que destruye la libertad – llegando a regular todos los aspectos de la vida, hasta los más íntimos –, sólo puede deberse a un terrible malentendido, pues la política ES la libertad. Según la caracterización clásica, sólo hay política en un espacio de deliberación entre hombres libres. Donde no hay libertad no hay política, sino sólo violencia.

Arendt se dedica a rastrear el origen de este malentendido y lo sitúa en el moderno auge de lo social.

Lo social ha fagocitado el espacio de la política. Donde antes se distinguían dos espacios diferenciados, lo político y lo doméstico, donde se desarrollaban respectivamente la vida pública y la privada, ahora se yergue totalitaria la esfera de lo social.
La desaparición de las categorías específicas de la política y su sustitución por categorías de carácter social, en la dinámica ya anticipada por Carl Schmitt, lleva a la ampliación del ámbito de lo público más allá de los límites que le son propios. La sociedad ha engullido la política. Se puede decir que tenemos la política que nos merecemos, en la medida que ésta es un mero reflejo de cómo funcionamos en el ámbito social y doméstico.
En la actualidad, vemos el conjunto de pueblos y comunidades políticas a imagen de una gran familia ( a la que denominamos “sociedad”), cuyos asuntos cotidianos han de ser cuidados por una administración doméstica gigantesca (a la que se llama “nación”). La polis se diferenciaba de la familia en que sólo conocía hombres libres e iguales, mientras que la segunda se regía por la desigualdad y la tiranía.

La sociedad siempre exige que sus miembros actúen como si lo fueran de una enorme familia que comparte intereses y opinión. Con el auge de la sociedad de masas, donde el conformismo y el “pensamiento único” están fuertemente enraizadas, el gobierno ejercido por un sólo hombre que represente el interés común y la recta opinión llega a ser innecesario.
El gobierno monárquico de un sólo hombre es sustituido por una especie de gobierno de nadie: la burocracia. Pero, como dice Arendt, “el gobierno de nadie no es necesariamente no-gobierno; bajo ciertas circunstancias, incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y tiránicas”.
Es decisivo que la sociedad, en todos su niveles, excluye la posibilidad de la acción espontánea o notoria, mediante la imposición de innumerables normas, dirigidas a “normalizar” a sus miembros. La igualdad moderna, basada en el conformismo inherente a la sociedad de masas, es únicamente posible porque la conducta (behavior) ha reemplazado a la acción como la principal forma de relación humana.

La aplicación de la estadística a la política o a la historia significa nada menos que la destrucción de su propia materia, ya que no es posible “buscar significado” en la política o en la historia cuando todo lo que no es comportamiento cotidiano o tendencias automáticas se ha excluido como falto de importancia.

En el mundo moderno la política queda como un mero medio destinado a proteger la sociedad. La llamada “libertad de la sociedad” es la que exige y justifica la restricción de la autoridad política. La que la violencia pasa a ser monopolio del gobierno.
Lo que dieron por sentado todos los filósofos griegos era que la libertad se localiza exclusivamente en la esfera política, al contrario que la necesidad, que es característica de la organización doméstica, donde la violencia se justificaba como único medio para dominar la necesidad y llegar a ser libre. El poder es entendido por Arendt como actuar en concierto.


Textos filosóficos fundamentales



Empezamos una nueva sección en Ratones de Biblioteca, donde os iremos presentado algunos Textos filosóficos fundamentales, de la mano de nuestro forero Stateus. Para ir abriendo boca, os dejamos con su primera participación...

HANNAH ARENDT: La condición humana
La vida activa del hombre se desarrolla en tres actividades: la labor, el trabajo y la acción. Cada una de ellas se relaciona con una característica específica de la condición humana: la labor se ocupa de la satisfacción de las necesidades vitales, del proceso biológico; el trabajo se ocupa de lo no natural de la existencia del hombre, buscando la utilidad; la acción le permite relacionarse con la pluralidad, con los otros.
La actividad humana, en la antigüedad, se desarrollaba en tres espacios muy concretos –la casa, el taller y el ágora– cuyos límites aparecen desdibujados por completo en la actualidad y cuya jerarquía ascendente ha sido invertida.


A partir de lo que la naturaleza nos da, levantamos, mediante el trabajo, un mundo independiente y artificial. El proceso de fabricación está enteramente determinado por las categorías de medio y fin. Es gracias a la acción y a la palabra que el mundo se convierte en un espacio posible para la vida. Frente a la procesualidad de la labor y a la proyectabilidad del trabajo, la acción se distingue por su libertad constitutiva, por ser imprevisible.


La acción sólo puede ser política si va acompañada de la palabra, del discurso. Siempre percibimos el mundo desde el lugar que ocupamos en él, sólo podemos experimentarlo como mundo común en la comunicación con los otros. Tal como es caracterizada por Arendt, una acción comienza por sí misma una cadena causal, implica tomar una decisión (sinergia), un rumbo, efectuar una ruptura con el pasado al introducir un elemento nuevo. Actuar es añadir algo propio al mundo.


La política como espacio de relación:
La pluralidad es condición de posibilidad y condición ontológica (pues la hace necesaria) de la política.


La traducción de zoon politikon por animal social de Tomás de Aquino ha sido un grave malentendido. El carácter social es algo que el ser humano tiene en común con los demás animales, por lo que no puede considerarse algo definitorio, sino que se trata más bien de una limitación impuesta por las necesidades biológicas, principalmente la reproducción. Animal social no es, por tanto, nada más que una expresión redundante.


De todas las actividades humanas, sólo dos se consideran políticas, la acción y el discurso. En el espacio público, los productos de la acción son valorados por los demás sin atender a su utilidad. Todo lo meramente necesario o útil debería, por tanto, quedar excluido de manera absoluta de la política. El discurso no es un tipo de acción, el discurso está al servicio de la acción, es necesario para explicarla. Ser político, vivir en la polis significaba que todo se conseguía por medio de palabras y de persuasión, al contrario que en el ámbito doméstico. Lo que distinguía la convivencia en la polis era la libertad. El ciudadano se distinguía por poder participar en la Asamblea. La libertad del hombre político era principalmente libertad de expresión, de narrar su acción entre iguales.


Por naturaleza los hombres no son iguales, necesitan de una institución política para llegar a serlo: Las leyes autorizan la posibilidad de la palabra y de la acción, limitan el espacio político. La ley (nomos) limita y, al mismo tiempo, permite multiplicar las ocasiones para la acción y el discurso. El espacio público emerge siempre y en todo lugar en que los hombres libres actúan en concierto. El poder (macht), al contrario que la violencia (gewalt) no puede ser nunca detentado por un único individuo porque surge de la actuación conjunta de muchos.


*Versión abreviada del artículo Descifrando a Arendt, de Stateus (http://miguelgarcialopez.wordpress.com/)

Umberto Eco dedica un artículo a hablar de Saramago

TRIBUNA: UMBERTO ECO

Un 'bloguero' llamado Saramago
 
Curioso personaje este Saramago. Tiene 87 años y (según dice) algunos achaques, ha ganado el premio Nobel, distinción que le permitiría no volver a producir nada porque, total, en el Panteón va a entrar en cualquier caso (el muy tacaño Harold Bloom lo ha definido como "el novelista más dotado de talento de los que siguen con vida... uno de los últimos titanes de un género en vías de extinción"), y le vemos escribiendo un blog en el que la toma con todo el mundo en general, atrayéndose polémicas y excomuniones de muchos sitios -a menudo no porque diga cosas que no deba decir, sino porque no pierde el tiempo en medir sus términos- y tal vez lo haga a propósito.

Pero ¿precisamente él? ¿Él, que cuida la puntuación hasta el extremo de hacer que desaparezca, que en su crítica moral y social no afronta jamás los problemas de frente sino que los rodea poéticamente bajo las formas de lo fantástico y lo alegórico, de modo que su lector debe poner algo de su parte para entender adónde quiere ir a parar; él, que -como en su Ceguera- hace que el lector viaje en una niebla láctea en la que ni siquiera los nombres propios, en los que tan parco es, dan una señal claramente reconocible; él, que en Ensayo sobre la lucidez efectúa una decidida elección política basándose en enigmáticas papeletas blancas? ¿Y este escritor fantasioso y metafórico viene a decirnos que Bush es de "una ignorancia abismal, de una expresión verbal confusa perennemente atraída por la irresistible tentación del puro despropósito", un cowboy que ha confundido el mundo con una manada de bueyes, un robot mal programado que confunde constantemente los mensajes que ha grabado en su interior, un mentiroso compulsivo, corifeo de todos los demás mentirosos que le han aplaudido y servido en los últimos años? ¿Y es este delicado tejedor de parábolas el que emplea palabras que no dejan lugar a la duda cuando define al propietario de la editorial que lo publica en Italia? ¿Y es ese ateo manifiesto, para quien Dios es "el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio", el que saca otra vez a escena a Dios con tal de preguntarse qué pensará de Ratzinger? ¿Y quien, militante comunista (tenazmente aún), no duda en gritar que "la izquierda no tiene ni la más mísera idea del mundo en el que vive"? ¿Y quien se arriesga a una acusación de antisemitismo por haber criticado la política del Gobierno de Israel, olvidándose sin más, al sentirse tan airadamente partícipe en las desventuras palestinas, de recordar que no falta quien niegue el derecho a la existencia de Israel? Nadie tiene en cuenta, sin embargo, que cuando habla de Israel Saramago está pensando en Yahvé, "dios rencoroso y feroz", y en tal sentido no resulta más antisemita que anticristiano, dado que para cada religión intenta arreglar sus propias cuentas con Dios -que se llame como se llame en los distintos idiomas, le cae rematadamente mal-. Y que a uno le caiga mal Dios es sin duda motivo de ira furibunda contra todos aquellos que de él se sirven como escudo.

Si tuviera siempre en cuenta los pros y los contras, Saramago sabría también que hay maneras y maneras incluso en la invectiva. Cito (de memoria) a Borges que citaba (de memoria tal vez) al doctor Johnson que citaba el caso de un fulano que insultaba de esta manera a su adversario: "Señor, vuestra esposa, con el pretexto de que regenta un burdel, vende telas de contrabando". Saramago, por el contrario, no se anda con tantos cumplidos, es decir, dejándose de rodeos, en su actividad de comentarista cotidiano de la realidad que le circunda se toma la revancha de toda la vaguedad oblicua de sus fabulaciones.
 
Se ha hablado del ateísmo militante de Saramago. En efecto, sus polémicas no se dirigen contra Dios: una vez admitido que su "eternidad es sólo la de un eterno no ser", Saramago podría haberse quedado tranquilo. Su hastío se dirige contra las religiones (y por esa razón le atacan desde distintos frentes: negar a Dios es algo que se le concede a todo el mundo, polemizar con las religiones pone en discusión las estructuras sociales). En una ocasión, estimulado por una de las intervenciones antirreligiosas de Saramago, reflexioné sobre la célebre definición marxista según la cual la religión es el opio del pueblo. ¿Sería verdad que todas las religiones poseen esa virtus adormecedora? Saramago ha azotado a las religiones como germen de conflictos: "Las religiones, todas sin excepción, no servirán nunca para acercar y reconciliar a los hombres; todo lo contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de una monstruosa violencia física y espiritual que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la mísera historia humana" (La Repubblica, 20 de septiembre de 2001).

Saramago concluía en otra parte que "si todos fuéramos ateos, viviríamos en una sociedad más pacífica". No estoy seguro de que tenga razón, y parece como si indirectamente le hubiera contestado el papa Ratzinger en su encíclica Spe salvi, donde decía que es el ateísmo de los siglos XIX y XX el que ha provocado que "de tales premisas se hayan derivado las mayores crueldades y violaciones de la justicia".

Tal vez estuviera pensando Ratzinger en gente descreída como Lenin y Stalin, pero se olvidaba de que en las banderas nazis aparecía escrito Gott mit uns (que significa "Dios está con nosotros"), que falanges de capellanes militares bendecían los gallardetes fascistas, que se inspiraba en principios religiosísimos y se apoyaba en los Guerrilleros de Cristo Rey un culpable de tantas masacres como Francisco Franco, que religiosísimos eran los vendeanos en su lucha contra los republicanos, que católicos y protestantes se han masacrado alegremente durante años y años, que tanto los cruzados como sus enemigos estaban impulsados por motivos religiosos, que por razones religiosas se han encendido muchas hogueras, que religiosísimos son los fundamentalistas musulmanes, los terroristas de las Torres Gemelas, Osama y los talibanes, que son razones religiosas las que oponen a la India y Pakistán, y, para terminar, que fue al grito de God bless America como Bush invadió Irak.

Por todo ello se me ocurre la reflexión de que si tal vez la religión en ocasiones es o ha sido el opio del pueblo, más a menudo ha sido su cocaína. Creo que ésa es también la opinión de Saramago.

Escribo este prólogo porque creo tener una experiencia en común con el amigo Saramago, que es la de escribir libros (por un lado) y tener a mi cargo (por otro) una columna de crítica de costumbres en un semanario. Al ser este segundo tipo de escritura más claro y divulgativo que el primero, son muchos quienes me preguntan si lo que hago es trasvasar a esas breves piezas periodísticas reflexiones más ampliamente desarrolladas en los libros mayores. Qué va, contesto, es la reacción irritada, el impulso que lleva a la sátira, la estocada crítica escrita al hilo de la actualidad lo que proporciona más adelante el material para una reflexión ensayística o narrativa más extensa. Es la escritura cotidiana la que inspira las obras de mayor empeño, y no al contrario.

Por eso yo diría que en sus breves escritos Saramago sigue alimentando su experiencia del mundo tal como desgraciadamente es, para revisarlo posteriormente con más serena distancia sub specie de moralidad poética. Y además, ¿realmente se muestra siempre tan airado este maestro de la filípica y de la catilinaria? Me da la impresión de que junto a la gente a la que odia está también la gente a la que ama, y así hallamos piezas afectuosas dedicadas a Pessoa (no es uno portugués en vano), o a Amado, a Fuentes, a Federico Mayor, a Chico Buarque de Hollanda, que nos demuestran lo poco envidioso que es este escritor y cómo sabe trazar de todos ellos delicadas y tiernas miniaturas.

Por no hablar de cuando el análisis de la actualidad roza temas (y aquí estamos de vuelta a los mayores asuntos de su narrativa) como los grandes problemas metafísicos, la realidad y la apariencia, la naturaleza de la esperanza, cómo son las cosas cuando no las estamos mirando. Y vuelve a escena el Saramago filósofo-narrador, ya no irritado sino meditabundo, e inseguro. Con todo, no nos disgusta tampoco cuando se enfurece. Resulta de lo más simpático.


Fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/